200 años de recuerdos

domingo, 4 de mayo de 2008

Laura Quílez
En un pueblo no muy lejano de Zaragoza, llamado Fuendetodos, nació en el año 1746 una figura inconfundible e inevitable de olvidar, tanto por su persona como por la obra que dejó a sus espaldas: Francisco de Goya.
A través de unas de sus obras más importantes vamos a intentar analizar su forma de ver el mundo y la denuncia social que utilizó en las épocas más oscuras de su vida, como fue la Guerra de la Independencia. Nos referimos a Los fusilamientos del tres de mayo y a la Carga de los mamelucos, a parte de porque hoy se celebra su bicentenario y en todos los medios de comunicación es de lo que más se habla, son unas de las obras que más impactaron y más carga social han provocado en la historia española.
"No hay un Goya: sino muchos Goyas. Y es así porque su biografía es dilatada y está sujeta a muchos avatares de los que supo siempre sacar partido desde la creatividad". Quizá todo esto se deba porque le tocó vivir en un periodo de importantes cambios para la historia de España de los que no salió incólume.
Goya se halló durante toda su vida en la encrucijada de tres ejes: por un lado la cultura en el tránsito del s. XVIII al XIX; por otro la Ilustración tardía en una España con una burguesía débil; y por último, el fracaso de los ideales de la Razón que supuso la Guerra de la Independencia.
Goya estalla con su creatividad como otros muchos artistas españoles conscientes. Su vida es dilatada y difícil, ya que a él nunca le acompañó un titulo en el Antiguo Régimen, cosa necesaria si uno quería vivir dignamente.




Estas dos principales obras de las que vamos a hablar entran en un ciclo dedicado a los desastres de la guerra de la Independencia, a partir del momento en el que Goya presenta la solicitud para tratar los hechos acaecidos en 1808 al Consejo de Regencia: “para perpetuar por medio del pincel las más notables y heroicas acciones o escenas de nuestra gloriosa insurrección contra el tirano de Europa…”. El fruto de todo este pensamiento del gran genio de nuestra tierra fueron los dos magníficos cuadros: Carga de los mamelucos y Fusilamientos del 3 de mayo.

El cuadro de la Carga de los mamelucos representa la lucha del pueblo contra los mamelucos: la guardia egipcia del ejército francés amenaza con llevarse a la familia real y en la Puerta del Sol se produce una rebelión popular para impedirlo.
Por medio de la perspectiva aérea organiza una multitud en un complejo movimiento que debe armonizar. A través de esta complicada composición una gran superficie rectangular se somete a un triangulo en el que se cruzan las dos diagonales del plano. En el centro óptico se sitúa la mayor violencia de la escena, en la que un mameluco muere a puñal junto a su caballo blanco. Se crea continuamente una línea de fuga con el edificio del fondo que es detenida por la masa del paisaje urbano muy impreciso e indefinido. Goya ha colocado al espectador en perspectiva baja, como si tratara de darle el puesto de protagonista que mirara caído desde el suelo y se le viniera encima la escena.
El conjunto se mueve con violencia dentro de este espacio que da la sensación de que esté cerrado, además, las posiciones de los personajes crean un continuo movimiento que va contra cualquier equilibrio. Con este cuadro Goya dice adiós a la armonía y con ella a la belleza neoclásica y aparece una inmediatez del “corresponsal de guerra” que tan famoso se consideró a partir de ese momento, puesto que hasta entonces no se había narrado así un suceso real. En conclusión, cuando miramos esta gran obra podemos decir que Goya no buscaba representar la figura de un héroe concreto sino que quería reflejar la lucha de un pueblo desigual y unido contra la represión de los invasores.



Los fusilamientos del 3 de mayo son la consecuencia trágica de la escena de la Carga de los mamelucos.
Los sublevados son conducidos antes de que empiece a amanecer a la montaña del Príncipe Pío donde están siendo fusilados.
A la izquierda de la composición el pueblo muere: un grupo de hombres normales, pobres y desordenados, simbolizan cada uno las diversas actitudes que puede tener el hombre ante el inevitable desenlace: la muerte. Podemos contemplar actitudes de tipo religiosa, desesperada, cobarde, e incluso heroica.
A la derecha, el pueblo que mata: organización, orden, preparación, anonimato, y sobretodo, frialdad. Una máquina de guerra en color negro y gris.
El farol colocado estratégicamente en el suelo por el artista deja al grupo asesino en contraluz mientras que sus víctimas quedan iluminadas, sus rostros están a la vista, acusando la máxima expresión.
El colorido en general es bastante mortecino aunque preciso y sólo parece interrumpido por los tonos más brillantes de la figura con los brazos abiertos, que pertenece al grupo del pueblo que muere. La luz proviene únicamente del farol del suelo, que incide directamente en el grupo de patriotas incluyendo al hombre de la camisa blanca que se posiciona como la víctima central, además, la iluminación crea una luz amarillenta en la que se ha querido reflejar el símbolo de la razón.
Este cuadro de Goya está constituido de muchos elementos novedosos: los personajes, a pesar de que posean una fisonomía determinada, realizan unos gestos diferentes; también, el autor no se preocupa tanto por el detalle sino por una visión del conjunto en la que nuevamente implica al espectador a través del punto de vista bajo; y lo que es más importante, la realidad se sacrifica claramente a favor de la expresión: el personaje central (que parece de etnia gitana), es el símbolo de la libertad y de su continua lucha por ella en esta época, y si nos fijamos detenidamente en ésta complicada figura nos daremos cuenta de que está dibujado con una perspectiva mucho más grande que el resto de figurantes en la obra, tanto que, si lo posicionáramos de pie, parecería un monstruo. Todo esto indica que, lo que buscaba realmente Goya con su obra fue la emoción, la expresión antes que el realismo total y con ello se anticipa en décadas a la pintura de su tiempo. También podemos añadir que Goya en este caso opta por la victima y no por el verdugo: el problema no es morir sino cómo y porqué se hace.



Entre 1819 hasta 1923 el artista vive en una finca junto al Manzanares la cual decora con catorce pinturas al óleo conocidas como PINTURAS NEGRAS porque presentaban la “crónica negra” de España; después fueron arrancadas y depositadas sobre lienzo. Entre ellas vamos a nombrar el Aquelarre (también llamado el Gran Cabrón).
En la obra del Aquelarre nos inquieta completamente cómo han cambiado las obras de éste singular autor en tan poco tiempo, creando una escena oscura e inquietante como la que contemplamos. En este cuadro se nos presenta como figura central un animal vestido con hábitos eclesiásticos en la izquierda de la escena y en negativo. Este singular personaje parece que está predicando a una audiencia compuesta por mujeres espeluznantes y viejas, menos la última a la derecha de ellas que parece una niña. Goya ha creado una escena alargada sometida a un cierto movimiento y realizada con una furia pictórica a base de continuas manchas sin color. En realidad podríamos estar hablando de una reunión de brujas presididas por la mismísima figura del diablo en forma de macho cabrío.


A pesar de los muchos cambios de humor por todos los obstáculos que le sobrevinieron a lo largo de su vida, Goya supo estar a la altura y dominar la situación entregándose en su profundo arte ofreciéndonos muchas obras que han llegado a significar, además de un antes y un después en la historia y arte españoles, en el arte a nivel mundial.

"La fantasía, aislada de la razón, sólo produce monstruos imposibles. Unida a ella, en cambio, es la madre del arte y fuente de sus deseos..."









Vía: Wikipedia, EDPLP, 1808/14, Thales, vía privada documental.

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